Los mensajes que intentan inculcarnos el miedo para que dejemos de fumar con cada vez más explícitos en las cajetillas de tabaco: FUMAR MATA, por ejemplo.
A partir de mayo o junio del 2011, según anunció Trinidad Jiménez, la ministra de Sanidad española, será obligatorio que las tabacaleras incluyan obligatoriamente pictogramas disuasivos de fumar en los paquetes de cigarrillos.
Pero ¿estas medidas tiene algún efecto en el fumador o en fumador potencial?
La respuesta que arrojan diversos estudios es que probablemente ninguno.
Por ejemplo, echemos un vistazo a los experimentos sobre el temor realizados por el psicólogo social Howard Levanthal en los años 1960. La idea era convencer, a través del miedo, a que los estudiantes del último año de carrera de la universidad de Yale se pusieran la vacuna antitetánica.
Emplearon una estrategia similar a la que hoy podemos ver en los paquetes de tabaco: se les entregó a todos ilustrados folletos de 7 páginas en los que se explicaban los peligros del tétanos y la importancia de la inyección. Pero se entregaron dos clases de folletos.
En el primero, los folletos reflejaban un temor alto a la enfermedad, incluyendo imágenes tremendistas de un niño con una infección de tétanos, víctimas con catéteres urinarios y cosas similares. En el segundo, el tono empleado para describir los riesgos del virus era menos amedrentador y no tenía fotografías.
A través de cuestionarios se descubrió lo evidente: los alumnos que habían recibido el folleto versión gore estaban más concienciados acerca de los peligros del tétanos. Sin embargo, a la hora de contabilizar los alumnos que finalmente acudían a vacunarse en el edificio del campus habilitado para ello… los resultados fueron sorprendentes: un mes después de repartir los folletos la tasa de alumnos que fue a vacunarse apenas superaba el 3 %, y no había diferencia entre los alumnos que habían leído el folleto gore y el folleto más formal.
Finalmente, descubrieron lo que provocó que la tasa de vacunación aumentara significativamente a repartir esos folletos (el 28 %). No se trataba de poner mensajes apocalípticos ni fotografías explícitas de dolor y sufrimiento. Simplemente bastó con incluir en el folleto un sencillo mapa que indicara donde estaba el edificio de vacunación.
Lo interesante de esta cuestión es que los alumnos de último año de Yale sabían perfectamente dónde estaba el edificio de vacunación. No era necesario que nadie se lo explicara con un mapa. Pero el mapa obraba sicológicamente de una forma que no conseguía una fotografía terrorífica:
El grupo de fumadores estimó que unos 9 años de media. Pues buen, la respuesta correcta es algo como 6 o 7 años. Es decir, que si alguien fuma no es porque calcule por lo bajo los riesgos que entraña este hábito. Fuma aunque sobrestime los riesgos.
A partir de mayo o junio del 2011, según anunció Trinidad Jiménez, la ministra de Sanidad española, será obligatorio que las tabacaleras incluyan obligatoriamente pictogramas disuasivos de fumar en los paquetes de cigarrillos.
Pero ¿estas medidas tiene algún efecto en el fumador o en fumador potencial?
La respuesta que arrojan diversos estudios es que probablemente ninguno.
Por ejemplo, echemos un vistazo a los experimentos sobre el temor realizados por el psicólogo social Howard Levanthal en los años 1960. La idea era convencer, a través del miedo, a que los estudiantes del último año de carrera de la universidad de Yale se pusieran la vacuna antitetánica.
Emplearon una estrategia similar a la que hoy podemos ver en los paquetes de tabaco: se les entregó a todos ilustrados folletos de 7 páginas en los que se explicaban los peligros del tétanos y la importancia de la inyección. Pero se entregaron dos clases de folletos.
En el primero, los folletos reflejaban un temor alto a la enfermedad, incluyendo imágenes tremendistas de un niño con una infección de tétanos, víctimas con catéteres urinarios y cosas similares. En el segundo, el tono empleado para describir los riesgos del virus era menos amedrentador y no tenía fotografías.
A través de cuestionarios se descubrió lo evidente: los alumnos que habían recibido el folleto versión gore estaban más concienciados acerca de los peligros del tétanos. Sin embargo, a la hora de contabilizar los alumnos que finalmente acudían a vacunarse en el edificio del campus habilitado para ello… los resultados fueron sorprendentes: un mes después de repartir los folletos la tasa de alumnos que fue a vacunarse apenas superaba el 3 %, y no había diferencia entre los alumnos que habían leído el folleto gore y el folleto más formal.
Finalmente, descubrieron lo que provocó que la tasa de vacunación aumentara significativamente a repartir esos folletos (el 28 %). No se trataba de poner mensajes apocalípticos ni fotografías explícitas de dolor y sufrimiento. Simplemente bastó con incluir en el folleto un sencillo mapa que indicara donde estaba el edificio de vacunación.
Lo interesante de esta cuestión es que los alumnos de último año de Yale sabían perfectamente dónde estaba el edificio de vacunación. No era necesario que nadie se lo explicara con un mapa. Pero el mapa obraba sicológicamente de una forma que no conseguía una fotografía terrorífica:
Los estudiantes necesitaban saber cómo encajar el asunto del tétanos en sus vidas, y la información adicional que implicaban aquel mapita y los horarios en que se realizaba la vacunación hizo que el folleto pasara de ser una lección abstracta sobre riesgo sanitario (una lección más dentro del conjunto de incontables lecciones académicas que habían recibido a lo largo de su carrera universitaria) a convertirse en un consejo médico práctico y personal. Así que, en cuanto el consejo se vio como algo práctico y personal, tuvo éxito.Basta echar un vistazo a otro curioso experimento para comprobar que el riesgo no es un factor disuasorio importante y que educar sobre ellos podría tener un efecto casi nulo. W. Kip Viscusi, economista de la Universidad de Harvard, solicitó a un grupo de fumadores que calculasen cuántos años vivirían de menos debido a su hábito de fumar.
El grupo de fumadores estimó que unos 9 años de media. Pues buen, la respuesta correcta es algo como 6 o 7 años. Es decir, que si alguien fuma no es porque calcule por lo bajo los riesgos que entraña este hábito. Fuma aunque sobrestime los riesgos.