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Si insiste en quere adelgazar, el consejo que le doy es que coma tanto como quiera,
pero no se lo trague.(Harry Secombe)

La felicidad radica, ante todo, en la salud.
(George William Curtis (1824-1892)

s2t2 -Fallece un investigador del mal de las vacas locas

Fallece un investigador del mal de las vacas locas

El jefe del Servicio de Anatomía Patológica del Hospital Príncipe de Asturias de Madrid murió diagnosticado de una probable enfermedad de Creutzfeldt-Jakob, pero habrá que establecer si fue causada por la exposición a tejidos de pacientes infectados


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EFE - Madrid - 28/03/2009 19:31

El jefe del Servicio de Anatomía Patológica del Hospital Universitario Príncipe de Asturias de Madrid, Antonio Ruiz Villaescusa, ha fallecido en dicho centro diagnosticado de una probable enfermedad de Creutzfeldt-Jakob.

Según la Consejería de Sanidad madrileña, el diagnóstico principal indica que "se trata de un caso calificado de probable Creutzfeldt-Jakob, bien esporádico o iatrogénico".

Debido al trabajo del fallecido "habrá que establecer si la enfermedad ha sido causada por la exposición a tejidos de pacientes humanos infectados en el transcurso de su trabajo", añade la consejería.

Se están realizando las pruebas necesarias para proceder al diagnóstico definitivo del tipo de Encefalopatía Espongiforme Transmisible Humana (EETH), lo que se confirmará con un estudio posmorten o necropsia.

La fuente añade que, "en principio, el caso no está relacionado con la ingesta de carne contaminada por priones (una partícula transmisible), que se asocia con la variante humana de Creutzfeldt-Jakob, ya que se ha demostrado que hay considerables diferencias en la manifestación clínica y la duración de la enfermedad desde su diagnóstico hasta la defunción del paciente".

El Jefe de Servicio de Anatomía Patológica de la Fundación Alcorcón, el doctor Rábano, se encargará de realizar la autopsia, cuyos resultados finales se conocerán aproximadamente en un mes.

La Consejería de Sanidad de la Comunidad de Madrid ya ha puesto en conocimiento de la Dirección General de Salud Pública del Ministerio de Sanidad el fallecimiento.

Un profesional de prestigio

El doctor Ruiz Villaescusa, que falleció la pasada madrugada, tenía un reconocido prestigio nacional e internacional en los campos de la anatomopatología y la neuropatología, tras dedicar gran parte de su vida profesional al estudio de la Encefalopatía Espongiforme Transmisible Humana.

Su actividad profesional como anatomopatólogo se ha desarrollado, desde los años 70, primero en el hospital La Paz de Madrid y a continuación en el Príncipe de Asturias, y ha dedicado toda su vida profesional a la Sanidad Pública y al diagnóstico de enfermedades.

La Consejería de Sanidad ha señalado que desde el año 2001 se han registrado en España702 casos de EETH, de los cuales 87 se han notificado en la Comunidad de Madrid.

La Encefalopatía Espongiforme Transmisible Humana (Creutzfeldt-Jakob) es una enfermedad conocida desde hace más de un siglo, pero los estudios sobre la misma se intensificaron tras la aparición de una nueva variante en los años 90 en Inglaterra.

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Actimel: Premio a la mentira publicitaria más insolente

Actimel: Premio a la mentira publicitaria más insolente

28.03.09 | 

    (PD).- El Premio a la mentira publicitaria más insolente es un galardón que otorga Foodwatch, una asociación alemana sin ánimo de lucro que intenta defender los intereses y derechos de los consumidores alemanes, y denunciar algunas de las prácticas de la industria agroalimentaria.

    Foodwatch realiza análisis e investigaciones independientes sobre los alimentos para determinar sus componentes, denuncia las prácticas publicitarias engañosas, etc.

    Como cuenta GastronomiayCia, el Premio a la mentira publicitaria más insolente (Goldener Windbeutel 2009) no es algo que las empresas puedan aplaudir, ya que se trata de una denuncia sobre sus prácticas. Pues bien, el premio ha sido otorgado a la multinacional de productos alimenticios Danone por uno de sus productos estrella, el producto lácteo probiótico Actimel.

    Según denuncia Foodwatch, la campaña de Actimel es un burdo engaño, recordemos que el eslogan es “Actimel activa tus defensas”, la asociación explica que Actimel no protege frente a las enfermedades y aunque sí refuerza el sistema inmunológico, no lo hace tan eficazmente como lo puede hacer un yogur tradicional. Por otro lado, Foodwatch argumenta que el precio del producto es hasta cuatro veces más caro que un yogur y además es mucho más azucarado. Finalmente concluye que la campaña saludable que gira entorno a Actimel es un puro cuento.

    El Premio a la mentira publicitaria más insolente se ha otorgado mediante votación popular vía internet a través de la página de esta asociación. Actimel fue el producto galardonado por mayoría absoluta, de los 35.000 votantes, el 47% votó a este producto.

    Por supuesto, el Grupo Danone no ha aceptado el galardón y ha iniciado campañas informativas para contrarrestar lo declarado por Foodwatch, argumentando que esta asociación lo único que pretende es confundir a los consumidores. El Grupo Danone manifiesta que toda la información que facilita está respaldada científicamente, conducta y filosofía habitual de la empresa.

    El caso es que Actimel no es el único producto de la empresa en el que recae la denuncia de publicidad engañosa, las natillas, el yogur Activia de Danone (o el actual Compensa) y otros productos, forman un conjunto que pone en tela de juicio la honorabilidad y la filosofía a la que apela el grupo Danone.

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    s2t2 -La dieta occidental, ¿un peligro para la salud?

    La dieta occidental, ¿un peligro para la salud?


    La dieta occidental, ¿un peligro para la salud?

    Michael Pollan advierte en su libro de la baja calidad de los productos que se ofrecen en los mercados. (Efe)

    @Sofía Carmona..- 28/03/2009


    “No coma nada que su bisabuela no reconocería como comida”. Con esta contundente frase podría resumirse el libro de Michael PollanEl detective en el supermercado, que ha publicado recientemente la editorial Temas de Hoy, un manual que no pretende ofrecer pautas a los lectores a la hora de comer. Su única pretensión es mostrar los peligros de una dieta basada en las premisas de la ciencia y los fabricantes de alimentos.

     

    En el libro, el autor (periodista del diario New York Times Magazine y escritor de temas científicos y medioambientales) aborda cuestiones realmente importantes con un lenguaje bastante ameno y sencillo así como interesantes ejemplos que hará que devoremos sus páginas en apenas unos días aunque eso sí, la digestión se nos puede hacer algo pesada, especialmente por el contenido tan pesimista que destila.

     

    Lo que esconde el nutricionismo

     

    En la primera parte, Pollan recoge una breve introducción a la ciencia de la nutrición que, sin darnos cuenta, ha conseguido dejar a un lado la dieta tradicional por productos alimentarios, que no alimentos, tratados con infinidad de ingredientes químicos que, como se ha visto en los sucesivos estudios hechos sobre la materia (se pueden leer en el libro), sólo han servido para que la población norteamericana esté más gorda y menos sana. 

     

    Hablamos de los nutrientes. Esos que tan bien nos venden las industrias alimentarias y la publicidad pero que tan pocos beneficios reportan a largo plazo ya que, al fin y al cabo, no son más que “modas pasajeras”, como señala el escritor: si hoy son buenos los ácidos Omega- 3, mañana puede que no lo sean.

     

    Es el caso de la margarina nacida en el siglo XIX como sustituto de la mantequilla y que si en sus primeros años de existencia se comercializó como un sucedáneo de aquella, a partir de los años 50 y gracias al esfuerzo de la industria hizo saber al mundo que era mucho mejor. Y todo porque se le habían quitado los nutrientes malos (colesterol y grasas saturadas) y se le habían añadido los buenos (grasas poliinsaturadas y vitaminas). Pero curiosamente y pese a sus supuestas bondades toda la comunidad científica actual ha aceptado que “su ingrediente principal podría ser causa de infartos y cáncer”. Sorprendente, ¿verdad?         

     

    ¿Saludable?

     

    Pero esos nutrientes, ¿dónde están presentes? ¿Cómo surgieron? A su juicio todo esto tiene que ver con el nacimiento de la dieta occidental a principios del siglo XX. Nuestra dieta se basa en la sustitución de los alimentos enteros por productos alimenticios procesados en los que lo más valorado es la cantidad y la durabilidad y no tanto la calidad.

     

    Un régimen del que han surgido la mayoría de las enfermedades occidentales actuales: obesidad, diabetes, cardiovasculares, hipertensión y una serie de cánceres. Motivo por el cual Pollan explica que si bien el ser humano “se adapta, y se diría que le va muy bien, a una extraordinaria variedad de dietas, la dieta occidental, se defina como se defina, no parece ser una de ellas”, concluye tajante.

     

    Por ello menciona la labor de varios investigadores de principios del siglo pasado como el dentista canadienseWeston A. Price e, incluso, menciona un estudio realizado al respecto por Kerin O’Dea. En el verano de 1982 llevó a cabo un experimento con aborígenes australianos que vivían alejados de sus raíces y tenían un ligero sobrepeso y diabetes. Pues bien, durante el experimento que duró siete semanas regresaron a su tierra natal, “una región del noroeste de Australia a más de un día de camino en todoterreno de la ciudad más cercana”.

     

    La investigadora no les permitió comer nada que no hubieran cazado, pescado o recolectado con sus propias manos. Al término de dicho ensayo los aborígenes habían “perdido peso y tenían la tensión más baja”. Unos resultados (previamente otros científicos habían realizado pruebas similares) que, cuanto menos, nos deben hacer pensar en lo que comemos y si realmente los nutrientes son tan importantes como nos quieren hacer creer. Finaliza esta segunda parte con la evolución de la dieta occidental.

     

    Esto sí, esto no; esto sí, esto no...

     

    En el tercer y último apartado, Michael Pollan incluye una serie de consejos que nos pueden ayudar bastante en nuestro día a día. El principal, tal y como avanzamos al principio, es no comer nada “que su bisabuela no reconocería como comida”. Si lo piensa detenidamente podrá ver que gran parte de lo que comemos hoy en día no se parece ni de lejos a lo que nuestros antepasados comían: ¿se imagina usted a su tatarabuelo cenando una barrita de muesli o un yoghourt anti colesterol?

     

    Del mismo modo que ellos no lo comerían, nosotros tampoco deberíamos hacerlo. Esto no quiere decir, no obstante, que las dietas tradicionales (china, india, japonesa...) deban ser tomadas como una panacea: de ahí que recomiende tomar suplementos vitamínicos, sobre todo, a partir de los 50 años.

     

    Igualmente recomienda evitar los productos que contengan ingredientes que sean desconocidos, impronunciables o incluyan jarabe de maíz rico en fructosa. El autor manifiesta una continua aversión a este ‘ingrediente o pseudo alimento’ a lo largo de todo el libro. Tampoco hay que tomar los que exhiban afirmaciones de propiedades saludables. Y eso sí, coma todas las verduras que quiera a ser posibles en su temporada y cultivadas en tierras sanas.

     

    En el último capítulo, titulado No demasiada: cuánto comer ofrece y explica una serie de reglas (haga todas las comidas a la mesa, procure no comer solo, coma despacio, no adquiera combustible para usted en el mismo lugar en que se lo pone a su coche...) que bien miradas pueden servirnos, incluso, para adelgazar aunque ese no sea, ni de lejos, el cometido principal del libro.

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    y2a -¿Toda la familia con Creutzfeldt-Jakob?

    EL MUNDO 28/03/2009

    ¿Toda la familia con Creutzfeldt-Jakob?

    • Un hombre agoniza del mal de las 'vacas locas' en el Clínico
    • Hace dos años murió otro pariente que sufrió la misma enfermedad
    • La familia denuncia que Sanidad no investiga: 'Sólo queda esperar su muerte'
    Antonio Montalbo y su esposa, Nines, en su 31º aniversario de bodas, en octubre de 2008.

    Antonio Montalbo y su esposa, Nines, en su 31º aniversario de bodas, en octubre de 2008.

    "No puedo escribir, no veo", dijo hace un mes Antonio Montalbo. Le hicieron mil pruebas. Nada. Le diagnosticaron depresión. Tampoco. Hasta que un hijo recordó: hace dos años, otro familiar, no consanguíneo con Antonio, murió del síndrome Creutzfeldt-Jakob. La variante humana del mal de las vacas locas.

    Hoy, Antonio está desahuciado. Los médicos le dan días de vida. Y temen, incluso, que más miembros de la familia podrían estar bajo la amenaza del síndrome. "Yo prefiero no saberlo, nunca me haré las pruebas", dice su mujer, Nines, que lanza un grito de denuncia: "En España no hay tratamiento para esto. Sólo queda esperar a la muerte. En otros sitios de Europa se intenta investigar. Aquí no". La sombra de las vacas locas acecha a toda una familia que clama en el Clínico.

    Hay tres variantes del Creutzfeldt-Jakob: la genética, la de ingesta de carne y una llamada esporádica. El diagnóstico fiable sólo se puede hacer post mortem. Al cuñado, cuando falleció, le diagnosticaron la esporádica. Que tiene una incidencia de un caso entre un millón de personas. Por eso, los médicos creen estadísticamente "muy improbable", según comentan a los familiares, dos casos esporádicos en una misma familia. La variante genética no se contempla: Antonio y el cuñado eran familia política. La hipótesis de un factor de riesgo compartido por los dos, y no se sabe si algún familiar más, cobra fuerza. ¿La ingesta de carne infectada con el prión?

    Un mal sin cura

    "No hay cura". Los médicos han sugerido a la familia que todos deberían hacerse las pruebas, "para descartar problemas". Pero Nines se niega: "Para qué voy a hacérmelas, ¿para vivir aterrorizada el resto de mi vida? Me niego. No hay cura para esto y España ni siquiera investiga", dice la mujer, que parece llevar semanas instalada en la desesperación.

    'Si me dijeran que hay alguna posibilidad de salvarlo dándole cianuro, yo le daba dos litros'

    "Yo he ofrecido el cuerpo de mi marido a la ciencia. Sé que suena salvaje lo que voy a decir, pero si me dijeran que hay alguna posibilidad de salvarlo dándole cianuro, yo le daba dos litros. En otros países hay cosas que se han probado en animales, yo ofrezco a mi marido para que experimenten, ¡cualquier solución me valdría con tal de tenerle con vida un poco más!", cuenta Nines, al borde del sollozo, mientras Antonio, entubado, está postrado a tres metros, en una cama del Clínico.

    A Nines la cara se le contrae cuando recuerda que Antonio "estaba trabajando hace sólo un mes". Los síntomas le sobrevinieron después de una operación en dos muelas. "Nos empezó a decir que la medicación para el dolor le estaba sentando mal. Hasta que el 27 de febrero, hace justo un mes, dijo: 'No puedo escribir'. También empezó con problemas de lateralidad. Le llevamos al hospital de Getafe, le hicieron un montón de pruebas, y nada. Dos días después seguían igual o peor. Lo llevé al Clínico. Le hicieron también un TAC. Nada. Le diagnosticaron depresión. Hasta que mi hijo recordó lo de mi cuñado. Le hicieron una resonancia cerebral y hallaron síntomas degenerativos. Desde entonces, sólo nos queda esperar la muerte".

    Sin investigación en España

    'Ni aunque viviéramos mil años podría agradecerles a los médicos lo que están haciendo por nosotros'

    El grito desgarrado de la familia Montalbo lo canalizó este viernes la Asociación del Defensor del Paciente de Carmen Flores, que explica que en otros países al menos se investiga con medicamentos "como Quinacrine o Pentotal", mientras que aquí "el Ministerio dice que las competencias están transferidas". Flores ha dirigido una carta al ministro Bernat Soria para pedirle que autorice fármacos "que ya se están usando en otros países". Incluso los médicos del Clínico han respaldado a la familia, con una nota en la que apoyan "la posibilidad de uso de tratamientos experimentales".

    Nines, que se deshace en elogios hacia la atención recibida -"ni aunque viviéramos mil años podría agradecerles lo que están haciendo por nosotros"-, no quiere politizar el caso: "Me da igual el color del Ministerio, pero hay que enfrentar esto. Se dice que sólo ha habido cinco casos, pero la enfermedad ni se conoce. Creo...", y se queda pensativa: "Creo que el Creutzfeldt-Jakob está aquí, más de lo que se cree. Pero no se dice, o se oculta".

    De pronto, un estruendo: Antonio tose aparatosamente en la cama, y Nines acude sobresaltada.

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    Los gordos viven menos

    Los gordos viven menos

    La obesidad moderada acorta la vida tres años, y la mórbida, hasta una década

    GONZALO CASINO - Barcelona - 24/03/2009
    Pesar 20 o 30 kilos de más acorta la vida unos tres años. Y quienes pesan el doble de lo saludable (algo todavía infrecuente), vivirán unos 10 años menos de lo esperado. Se trata, por supuesto, de cifras medias, de proyecciones estadísticas, de simples cálculos de la esperanza de vida de la población obesa y con sobrepeso. Pero estas cifras son nuevas y rigurosamente ciertas, con un nivel de certeza muy superior al que se tenía hasta ahora.

    Por primera vez puede afirmarse rotundamente que la obesidad mata. La afirmación se apoya en el análisis de la mortalidad de 900.000 adultos de 19 países, de los que murieron unos 100.000 en los 10-15 años de seguimiento.

    El análisis que publica The Lancet ha medido el nivel de gordura mediante el índice de masa corporal o IMC. Este índice (el resultado de dividir el peso en kilos por el cuadrado de la talla en metros) es una buena medida de la adiposidad de una persona; permite saber si, en relación con la talla, se tiene un peso normal (IMC de 18,5 a 25), sobrepeso, obesidad moderada, severa o mórbida (véase el gráfico). Así, una persona que mida 1,75 metros estará en sobrepeso si pesa más de 77 kilos, tendrá una obesidad moderada si pesa más de 92 kilos y será un gran obeso si pesa más de 125 kilos.

    Y otro dato importante: el análisis ha sido realizado por un equipo de bioestadísticos dirigido por Richard Peto, el epidemiólogo que colaboró con sir Richard Doll para llegar a idéntica conclusión en relación con el tabaquismo: fumar mata.

    Hoy se sabe a ciencia cierta que fumar acorta la vida unos 10 años de media. Y el nuevo estudio del equipo de Peto, que se publicará el 28 de marzo en la revista The Lancet y está ya en su edición de Internet, muestra que el riesgo de muerte prematura de los grandes obesos (quienes pesan el doble de lo saludable) es comparable al de los fumadores. Con todo, la comparación debe tener en cuenta un detalle: hay muchos más fumadores que grandes obesos.

    Sin embargo, la obesidad moderada es mucho más frecuente en la mayoría de los países occidentales (un tercio de los adultos de mediana edad en el Reino Unido y algo menos en España). La obesidad moderada son esos 20 o 30 kilos de más, según los casos, que acortan la vida tres años. "Tres años es mucho, pero es mucho menos que el efecto del tabaquismo, pues fumar toda la vida reduce la esperanza de vida una década", explica a EL PAÍS el epidemiólogo de la Universidad de Oxford (Reino Unido) Gary Whitlock, primer firmante de este estudio.

    "Fumar es con diferencia el principal riesgo evitable para la salud de las personas. Pero el segundo es sin duda el sobrepeso y la obesidad", asegura rotundo a EL PAÍS Richard Peto, profesor de Estadística Médica y Epidemiología en la Universidad de Oxford (Reino Unido).

    Aunque desde hace siglos se sospecha que la obesidad favorece diversas enfermedades, y probablemente las compañías de seguros conocían desde hace mucho tiempo que los gordos tienen mayor riesgo de mortalidad prematura, las primeras pruebas científicas no aparecieron hasta la década de 1960 o 1970. Ahora, hay pruebas cada vez más consistentes de que "la obesidad causa al menos una docena de enfermedades graves, incluyendo las del riñón y el hígado, media docena de tipos de cáncer y, lo que es más importante en cuanto al número de personas afectadas, infarto de miocardio e ictus", asegura Whitlock. En EE UU, una de cada tres muertes por infarto e ictus y una de cada 12 por cáncer se asocia con el exceso de peso; en el Reino Unido, la relación es de una cada cuatro y de una cada 16, respectivamente.

    ¿Cuál es la masa corporal óptima? El estudio dirigido por Peto y Whitlock refleja que las menores tasas de mortalidad por todas estas causas se relacionan con un IMC de 23 o 24, aunque Whitlock reconoce que es difícil responder con precisión: "Todo lo que puedo asegurar es que un índice de masa corporal de entre 20 y 25 es muy seguro. Y que el riesgo añadido por tener un índice de masa corporal de 18-19 o de 26-27 es ligero, para luego crecer rápidamente por debajo de 18 y por encima de 27". El exceso de mortalidad asociado a un IMC inferior a 22,5 es debido probablemente a enfermedades relacionadas con el tabaquismo, según se comenta en el estudio, aunque esto no está todavía bien aclarado.

    "Cambiar la dieta pero seguir fumando no es la mejor manera de aumentar la esperanza de vida. Para los fumadores, lo que funciona es dejar de fumar", afirma Peto. "Si no fumas pero tienes exceso de peso", añade Whitlock, "lo más importante es no empezar a fumar y evitar ganar más peso". E intentar adelgazar.

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    s2t2 -La fórmula de la juventud

    La fórmula de la juventud

    La ciencia del envejecimiento halla el nexo entre la dieta, la salud y la longevidad. Se llaman sirtuinas y han entrado ya en fase de ensayo clínico

    JAVIER SAMPEDRO 15/03/2009

    Nadie sabe muy bien lo que podría pasar si la población empezara de pronto a vivir 100 años, y en unas buenas condiciones físicas y mentales. Pero ese elixir de la juventud es lo que persigue, en último término, una línea de investigación muy seria, que abarca 800 millones de años de evolución biológica y ha atraído 1.000 millones de dólares de la gran industria farmacéutica

    Un elixir de la juventud promueve más escepticismo aún que un crecepelo. Aparte de resultar demasiado complejo para reducirlo a una fórmula, el envejecimiento parece estar imbricado en la naturaleza más elemental de las cosas: estamos hechos de materiales, y todos los materiales se estropean con el tiempo. Parece obvio.

    Pero no lo es tanto. Los materiales de los que estamos hechos las personas -proteínas, ADN, grasas, azúcares- son los mismos en un búho, que puede vivir hasta 65 años, en un mono (50 años), un león (40), un delfín (30), un caracol (15), un ratón (4) o una mosca, que se muere de vieja a las seis semanas de nacer. También son los mismos en una ostra de 100 años y en una tortuga de 200. La longevidad es un producto de la evolución, no de la fatalidad.

    La investigación del envejecimiento ha seguido en la última década varias pistas inconexas. Una es el potente efecto de la restricción calórica en la longevidad de todas las especies en que se ha probado; otra es el rastreo de los genes que más pesan en la esperanza de vida de los individuos. Y otra es que las grandes causas de mortalidad en la edad avanzada -diabetes, corazón y cáncer- parecen cada vez más inseparables de la biología de la senescencia en su lógica más profunda.

    Pero los científicos se han dado cuenta ahora de que las tres pistas convergen en el mismo lugar. El nexo tiene relación con unas proteínas llamadas sirtuinas. El componente beneficioso del vino tinto -el resveratrol- es un activador natural de las sirtuinas y ha inspirado una nueva generación de moléculas hasta mil veces más potentes que el compuesto original, algunas ya en ensayos clínicos de fase 2. Se llaman "activadores de las sirtuinas". ¿Pueden ser el primer elixir de la juventud?

    "Glaxo Smith Kline ha invertido cerca de mil millones de dólares en activadores de las sirtuinas", explica a EL PAÍS el codirector del laboratorio de biología molecular del envejecimiento de la Universidad de Harvard, David Sinclair. "Su intención es desarrollarlos como fármacos contra enfermedades asociadas al envejecimiento, como la diabetes y otros desórdenes metabólicos, lo que a su vez prevendrá a los pacientes contra muchas otras enfermedades: trastornos cardiovasculares, cáncer, Alzheimer e incluso las cataratas y la osteoporosis".

    "Pero esta tecnología no mejora la salud sin extender la longevidad", prosigue Sinclair. "Lo uno se basa en lo otro; si estas moléculas funcionan en los ensayos clínicos, la gente vivirá unas vidas más largas y saludables". Sinclair, que ha publicado varios trabajos esenciales sobre las sirtuinas en NatureScience y Cell, es asesor científico de Sirtris Pharmaceuticals, fundada en 2004, dedicada por entero a estos compuestos y adquirida el año pasado por Glaxo.

    La esperanza media de vida en los países desarrollados se ha duplicado en los últimos 100 años -rondaba los 45 años al empezar el siglo XX- debido a las vacunas, a los antibióticos y al saneamiento de las aguas. El fenómeno refleja la victoria de la medicina occidental sobre la enfermedad infecciosa, un avance que todavía está por llegar a los países en desarrollo. Y también muestra que lo característico de la especie humana no es la vida media, sino otro parámetro.

    Siempre ha habido unas pocas personas muy longevas. Demócrito, el más influyente filósofo presocrático y autor de la primera teoría atómica, murió en el año 370 antes de Cristo -casi en tiempos de Aristóteles- habiendo cumplido los 109 años. Así lo hizo constar, maravillado, el astrónomo Hiparco de Nicea, una fuente científica al fin y al cabo. Sin abandonar el bien documentado territorio de los pensadores antiguos, también consta que Jenófanes, Pirrón y Eratóstenes frisaron la centena.

    En 1990, centenario de la muerte de Vincent van Gogh, los periodistas empezaron a llegar en tromba a Arles, la tranquila ciudad de la Costa Azul donde el genio pelirrojo encontró su estilo pictórico. La prensa se enteró pronto de que aún quedaba viva una mujer que había conocido al pintor. Se llamaba Jeanne Calment. Había nacido en 1875 y tenía, por tanto, 13 años cuando Van Gogh pintó la terraza del café de Arles y su famoso cuadro del dormitorio.

    La mujer contó a los periodistas que su hija había muerto de forma algo prematura en 1936. El marido hizo lo propio en 1942, cuatro años antes de que pudieran celebrar las bodas de oro, y su único nieto falleció en 1963. Ella todavía fumaba en el centenario del pintor, y lo seguiría haciendo unos cuantos años más.

    Se supo después que, en 1965, la señora Calment le había cedido su apartamento a un abogado a cambio de una pensión vitalicia. Ella tenía entonces 90 años, así que el hombre pensó que hacía un buen negocio. Pero el abogado llevaba dos años muerto y había pagado el piso tres veces cuando Jeanne Calment expiró en 1997, a la edad de 122 años, 5 meses y 14 días. Es la marca absoluta de nuestra especie: la vida máxima del ser humano.

    A diferencia de la vida media, que se ha duplicado en Occidente en cuestión de un siglo, la vida máxima sí que parece una constante biológica. Las personas que superan los 110 años son tan objeto de admiración en nuestros días como lo eran en tiempos de Hiparco de Nicea. El Instituto Nacional del Envejecimiento de Estados Unidos estima que, de los 6.800 millones de habitantes del planeta, "quizá no más de 25 personas superen ahora mismo los 110 años".

    Los genes importan. Algunos ancestros de Jeanne Calment eran recordados en Arles por su longevidad. No hay duda de que vivir muchos años es un rasgo que tiende a agruparse en familias. Según el New England Centenarian Study de la Universidad de Boston, el mayor en su género, los hermanos de un centenario tienen el cuádruple de probabilidades de superar los 90 años que la media de la población.

    El efecto de los genes en el envejecimiento es una vieja predicción de la teoría evolutiva. El genetista británico John Haldane lo propuso en los años cuarenta para explicar que enfermedades neurodegenerativas como el Huntington, que es estrictamente hereditaria, se hubieran mantenido en la población humana pese a su letalidad.

    Como el Huntington se manifiesta después de los 40 años, razonó Haldane, y en la antigüedad poca gente llegaba a esa edad, la mutación letal del gen había pasado inadvertida para la selección natural. El argumento de Haldane se puede generalizar a otros genes menos deterministas, como los que favorecen el cáncer, la diabetes o el infarto: las enfermedades de la edad.

    Uno de los genes del envejecimiento mejor conocidos en todo el reino animal se llama FOXO, y también es el principal determinante genético de la longevidad humana. Varios trabajos recientes han revelado una fuerte correlación entre las variantes del gen FOXO y la edad que alcanza una persona. Y también con su riesgo de cáncer, diabetes y enfermedades cardiovasculares. Según se ha comprobado en estudios entre alemanes, franceses y japoneses, cierta variante concreta del gen es bastante común en los nonagenarios, y aún más común en los centenarios. Nadie sabe qué variante llevaba la señora Calment.

    Sin embargo, hay una forma bien conocida de violar el techo biológico de las especies. Su descubrimiento se remonta a los años treinta y se debe a un profesor de ganadería: Clive McCay, de la Universidad de Cornell. McCay sometió a sus ratas a una dieta baja en calorías, como habían hecho otros, pero fue el primero en añadir vitaminas y minerales al escaso pienso para evitar la desnutrición. Vio que los animales vivían cuatro años en vez de los tres normales, y publicó sus datos en 1935.

    Pero las pruebas de la generalidad de esta técnica sólo se han ido acumulando en los últimos años. Reducir la ingesta de comida en un 30% o 40% prolonga la vida de las levaduras, los gusanos, las moscas, las ratas, los ratones y los perros. Y también previene de las dolencias propias de la edad avanzada en todas las especies, como las enfermedades neurodegenerativas, el cáncer y la diabetes, que a su vez es la principal causa del daño vascular y el infarto.

    El efecto beneficioso de la restricción calórica se ha atribuido por lo general a que "vivir mata". Por ejemplo, comer acelera el metabolismo (la cocina de la célula), y esa mayor actividad genera "radicales libres", o especies químicas muy reactivas que van dañando las maquinarias fisiológicas. Menos comida implicaría menos metabolismo, menos radicales libres y menos envejecimiento. Pero esa idea ha resultado demasiado simple.

    El antiguo jefe de Sinclair, el biólogo del Massachusetts Institute of Technology (MIT) Leonard Guarente, descubrió hace 10 años que la activación de la principal sirtuina, SIRT1, bastaba para prolongar la vida de la levadura de la cerveza, un hongo capaz de envejecer pese a su naturaleza unicelular. Otros laboratorios han visto después que las copias extra del gen SIRT1 tienen el mismo efecto en gusanos, moscas y ratones, extendiendo su vida hasta un 50%. Que un solo gen aumente la longevidad en organismos tan separados es la clase de evidencia que apunta a un regulador clave del proceso.

    Guarente y Sinclair vieron que SIRT1 es una proteína capaz de modificar a muchas otras proteínas, y que lo hace en respuesta al indicador universal del estado energético de toda célula: un derivado de la vitamina B3 llamado NAD. Eso les indicó que SIRT1 podía ser el buscado nexo entre los genes de la longevidad y los, hasta entonces, misteriosos efectos de la restricción calórica.

    La hipótesis recibió un respaldo decisivo cuando Pere Puigserver, del instituto del cáncer Dana-Farber, en la Universidad de Harvard, demostró que la restricción calórica eleva los niveles de NAD en el hígado de los mamíferos, lo que a su vez estimula la actividad de SIRT1. Pero ¿a qué se debe esta íntima conexión entre la longevidad y la escasez de comida?

    "La única causa que puede explicar ese conservado proceso evolutivo del envejecimiento es que esté controlado por un programa genético", responde Puigserver a EL PAÍS. "La misma explicación se puede dar a los efectos universales de la restricción calórica sobre la longevidad, porque la escasez de nutrientes controla la actividad de esos mismos genes conservados".

    "Los nutrientes son una señal muy primitiva", prosigue el investigador español, "que en los animales se ha conectado con las hormonas que controlan el metabolismo, como la insulina. Ahora bien, la pregunta clave es cuántos genes están implicados, cómo funcionan y qué proceso celular es el determinante".

    "Las sirtuinas son genes de la supervivencia", añade por su parte Sinclair. "Evolucionaron para mantener vivos a los organismos en los tiempos adversos. Cuando la comida escasea, SIRT1 se enciende, y creemos que esto es lo que permite a los animales sometidos a una dieta estricta vivir más de lo normal y con una salud mejor de lo normal. Ya sabemos por estudios con ratones que los activadores de SIRT1, o stacs, confieren los mismos beneficios que una dieta hipocalórica".

    En noviembre, un equipo dirigido por Johan Auwerx, de la Ecole Polytechnique Fédérale de Lausana, mostró que uno de esos activadores, SRT1720, imitaba en pruebas con ratones todos los efectos beneficiosos de una dieta baja en calorías. El fármaco experimental previno por completo el engorde de los ratones tras 10 semanas de dieta rica en grasas, además de evitar que desarrollaran resistencia a la insulina: el umbral de la diabetes y el daño cardiovascular.

    Uno de los autores del trabajo es Carles Canto, del laboratorio de Auwerx en Lausana. "SIRT1 constituye una diana tremendamente atractiva para la industria farmacológica", dice el científico. "La activación de SIRT1 parece promover acciones antiinflamatorias y una mejora metabólica global en situaciones de obesidad e intolerancia a la glucosa. Pero sus efectos sobre la longevidad no están tan claros en mamíferos".

    Puigserver coincide con esa apreciación: "Aunque en organismos inferiores se ha demostrado que los activadores de SIRT1 extienden la vida, sus efectos en mamíferos parecen estar más ligados a la protección contra las enfermedades relacionadas con el envejecimiento, como la diabetes, el cáncer y la neurodegeneración; de modo que afectan al tiempo de vida, pero de una manera más indirecta".

    Si las nuevas moléculas están basadas en el resveratrol del vino tinto, ¿qué se puede decir sobre el compuesto original? "Los estudios con resveratrol son prometedores en cuanto a su posible uso terapéutico", responde Canto. "Pero las concentraciones de resveratrol en el estudio de nuestro laboratorio equivalen a unos 300 vasos de vino diarios, lo que estaría muy lejos de resultar beneficioso para la salud".

    Mientras llegan los avances farmacológicos, siempre queda la opción con mejores credenciales entre todos los expertos. "Lógicamente, no existe la vida eterna", dice Canto, "pero sabemos por los estudios en animales que la restricción calórica permite aumentar tanto la vida media como la vida máxima, el techo biológico máximo de cada especie".

    "La restricción calórica está comprobada en muchas especies, y hay ciertos indicios en humanos", añade Puigserver. "Hay otros regímenes que -al menos en ratones- parecen tener una eficacia parecida, como las dietas deficientes en metionina o el ayuno intermitente".

    Comer un día sí y otro no: eso sí que es una larga vida.

    La verdera edad de los centenarios

    Según el mito fundacional, Juan Ponce de León descubrió Florida mientras estaba buscando "la fuente de la juventud", un manantial de aguas curativas que, al parecer, el conquistador castellano esperaba descubrir en el Nuevo Mundo. Las fuentes rejuvenecedoras ya habían sido mencionadas incluso en el Romance de Alexandre, donde se glosaban las hazañas de Alejandro Magno, y hasta Herodoto atribuía la excepcional longevidad de los etíopes a unas aguas que bebían a escondidas.

    "No hay materia tan cubierta de engaño, falsedad y fraude deliberado como los extremos de la longevidad humana", solían advertir las ediciones antiguas del Libro Guinness de los récords. Los editores estaban hartos de publicar falsos récords de edad. Pero siempre ha sido así. El adivino griego Tiresias alcanzó los 600 años, aunque esto es fácil siendo un personaje mitológico. Adán, con sólo 930 años, se vio humillado por los 969 de Matusalén. Aún antes, un rey sumerio dijo haber cumplido los 72.000 años.

    Con el envejecimiento de la población y el aumento de los estudios gerontológicos, los registros documentales se han puesto mucho más serios. Y la realidad es que sólo hay 70 casos demostrados en la historia de personas que hayan alcanzado los 114 años. De ellos, sólo 25 alcanzaron los 115 años, y sólo 10 llegaron a los 116. La única persona que, demostradamente, ha pasado la barrera de los 120 es Jeanne Calment.

    La esperanza media de vida sigue aumentando actualmente en los países occidentales a un ritmo de unos dos años por década. La principal razón son los avances en el tratamiento del infarto. Estas técnicas son muy costosas, y también imperfectas, porque no suelen devolver al paciente la calidad de vida que tenía antes del ataque. Para los especialistas se trata de una situación poco sostenible. Todos coinciden en que el futuro necesita un fuerte componente de medicina preventiva: evitar los infartos, por ejemplo, sería mucho más eficaz que curarlos.

    La investigación de la longevidad está en esa línea. Lo estaría incluso si no alargara la vida y se limitara a mejorarla mientras dure. El centro lógico del envejecimiento lo es también del desorden metabólico, del sobrepeso, de la diabetes y, a través de ella, de los daños cardiovasculares y otros jinetes del apocalipsis. Abrir un nuevo flanco en estas servidumbres de la edad no es como descubrir Florida, pero no deja de ser una conquista.


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