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Si insiste en quere adelgazar, el consejo que le doy es que coma tanto como quiera,
pero no se lo trague.(Harry Secombe)

La felicidad radica, ante todo, en la salud.
(George William Curtis (1824-1892)

s2t2 -La dieta occidental, ¿un peligro para la salud?

La dieta occidental, ¿un peligro para la salud?


La dieta occidental, ¿un peligro para la salud?

Michael Pollan advierte en su libro de la baja calidad de los productos que se ofrecen en los mercados. (Efe)

@Sofía Carmona..- 28/03/2009


“No coma nada que su bisabuela no reconocería como comida”. Con esta contundente frase podría resumirse el libro de Michael PollanEl detective en el supermercado, que ha publicado recientemente la editorial Temas de Hoy, un manual que no pretende ofrecer pautas a los lectores a la hora de comer. Su única pretensión es mostrar los peligros de una dieta basada en las premisas de la ciencia y los fabricantes de alimentos.

 

En el libro, el autor (periodista del diario New York Times Magazine y escritor de temas científicos y medioambientales) aborda cuestiones realmente importantes con un lenguaje bastante ameno y sencillo así como interesantes ejemplos que hará que devoremos sus páginas en apenas unos días aunque eso sí, la digestión se nos puede hacer algo pesada, especialmente por el contenido tan pesimista que destila.

 

Lo que esconde el nutricionismo

 

En la primera parte, Pollan recoge una breve introducción a la ciencia de la nutrición que, sin darnos cuenta, ha conseguido dejar a un lado la dieta tradicional por productos alimentarios, que no alimentos, tratados con infinidad de ingredientes químicos que, como se ha visto en los sucesivos estudios hechos sobre la materia (se pueden leer en el libro), sólo han servido para que la población norteamericana esté más gorda y menos sana. 

 

Hablamos de los nutrientes. Esos que tan bien nos venden las industrias alimentarias y la publicidad pero que tan pocos beneficios reportan a largo plazo ya que, al fin y al cabo, no son más que “modas pasajeras”, como señala el escritor: si hoy son buenos los ácidos Omega- 3, mañana puede que no lo sean.

 

Es el caso de la margarina nacida en el siglo XIX como sustituto de la mantequilla y que si en sus primeros años de existencia se comercializó como un sucedáneo de aquella, a partir de los años 50 y gracias al esfuerzo de la industria hizo saber al mundo que era mucho mejor. Y todo porque se le habían quitado los nutrientes malos (colesterol y grasas saturadas) y se le habían añadido los buenos (grasas poliinsaturadas y vitaminas). Pero curiosamente y pese a sus supuestas bondades toda la comunidad científica actual ha aceptado que “su ingrediente principal podría ser causa de infartos y cáncer”. Sorprendente, ¿verdad?         

 

¿Saludable?

 

Pero esos nutrientes, ¿dónde están presentes? ¿Cómo surgieron? A su juicio todo esto tiene que ver con el nacimiento de la dieta occidental a principios del siglo XX. Nuestra dieta se basa en la sustitución de los alimentos enteros por productos alimenticios procesados en los que lo más valorado es la cantidad y la durabilidad y no tanto la calidad.

 

Un régimen del que han surgido la mayoría de las enfermedades occidentales actuales: obesidad, diabetes, cardiovasculares, hipertensión y una serie de cánceres. Motivo por el cual Pollan explica que si bien el ser humano “se adapta, y se diría que le va muy bien, a una extraordinaria variedad de dietas, la dieta occidental, se defina como se defina, no parece ser una de ellas”, concluye tajante.

 

Por ello menciona la labor de varios investigadores de principios del siglo pasado como el dentista canadienseWeston A. Price e, incluso, menciona un estudio realizado al respecto por Kerin O’Dea. En el verano de 1982 llevó a cabo un experimento con aborígenes australianos que vivían alejados de sus raíces y tenían un ligero sobrepeso y diabetes. Pues bien, durante el experimento que duró siete semanas regresaron a su tierra natal, “una región del noroeste de Australia a más de un día de camino en todoterreno de la ciudad más cercana”.

 

La investigadora no les permitió comer nada que no hubieran cazado, pescado o recolectado con sus propias manos. Al término de dicho ensayo los aborígenes habían “perdido peso y tenían la tensión más baja”. Unos resultados (previamente otros científicos habían realizado pruebas similares) que, cuanto menos, nos deben hacer pensar en lo que comemos y si realmente los nutrientes son tan importantes como nos quieren hacer creer. Finaliza esta segunda parte con la evolución de la dieta occidental.

 

Esto sí, esto no; esto sí, esto no...

 

En el tercer y último apartado, Michael Pollan incluye una serie de consejos que nos pueden ayudar bastante en nuestro día a día. El principal, tal y como avanzamos al principio, es no comer nada “que su bisabuela no reconocería como comida”. Si lo piensa detenidamente podrá ver que gran parte de lo que comemos hoy en día no se parece ni de lejos a lo que nuestros antepasados comían: ¿se imagina usted a su tatarabuelo cenando una barrita de muesli o un yoghourt anti colesterol?

 

Del mismo modo que ellos no lo comerían, nosotros tampoco deberíamos hacerlo. Esto no quiere decir, no obstante, que las dietas tradicionales (china, india, japonesa...) deban ser tomadas como una panacea: de ahí que recomiende tomar suplementos vitamínicos, sobre todo, a partir de los 50 años.

 

Igualmente recomienda evitar los productos que contengan ingredientes que sean desconocidos, impronunciables o incluyan jarabe de maíz rico en fructosa. El autor manifiesta una continua aversión a este ‘ingrediente o pseudo alimento’ a lo largo de todo el libro. Tampoco hay que tomar los que exhiban afirmaciones de propiedades saludables. Y eso sí, coma todas las verduras que quiera a ser posibles en su temporada y cultivadas en tierras sanas.

 

En el último capítulo, titulado No demasiada: cuánto comer ofrece y explica una serie de reglas (haga todas las comidas a la mesa, procure no comer solo, coma despacio, no adquiera combustible para usted en el mismo lugar en que se lo pone a su coche...) que bien miradas pueden servirnos, incluso, para adelgazar aunque ese no sea, ni de lejos, el cometido principal del libro.